El alma que no quería nacer
Al contrario de lo habitual, Taverner no insistió en ver a su paciente a solas debido a que no podía extraer información de ella. Fue a la madre, una tal señora Cailey, a quien recurrimos para obtener el historial del caso, y ella, una pobre y nerviosa mujer, nos dio detalles tan escasos como los que podría observar un espectador; pero del punto de vista y los sentimientos de la paciente no averiguamos nada, pues tampoco había nada que averiguar.
Ella se sentó ante nosotros, en el gran sillón de cuero; su cuerpo parecía la morada perfecta para el alma de una princesa, pero, lamentablemente, estaba deshabitada. Los delicados ojos oscuros, totalmente inexpresivos, miraban al vacío mientras discutíamos sobre ella como si fuera un objeto inanimado, cosa que, prácticamente, era.
—Nunca fue como el resto de los niños —dijo la madre—. Cuando me la pusieron en brazos después de nacer, me miró con la expresión más extraordinaria que he visto; no eran los ojos de un bebé en absoluto, doctor, eran los ojos de una mujer, y además una mujer experimentada. No lloró, no emitió sonido alguno, pero parecía como si cargara con todos los problemas del mundo sobre sus hombros. La cara de ese bebé era una tragedia; quizás sabía lo que estaba por venir.
—Quizás —dijo Taverner.
—Sin embargo, en pocas horas —continuó la madre— adquirió la apariencia de un bebé común, y desde entonces, y hasta ahora, no ha cambiado, salvo por su cuerpo.
Miramos a la chica sentada, y ella nos miró de vuelta con la impasibilidad inquebrantable de una niña muy joven.
—La hemos llevado a todos los médicos que hemos podido encontrar, pero todos dicen lo mismo: que es un caso de deficiencia mental; cuando conocimos su existencia, pensamos que usted podría decirnos algo diferente. Sabemos que sus métodos no son como los de la mayoría de los médicos. Parece extraño que sea imposible hacer algo por ella. Pasamos junto a unos niños que jugaban en la calle al venir hacia aquí en el coche, criaturas hermosas y brillantes pero cubiertas de harapos y suciedad. ¿Por qué aquellos por quienes sus madres pueden hacer tan poco son tan espléndidos y Mona, por quien haríamos cualquier cosa, está… como está?
Los ojos de la pobre mujer se llenaron de lágrimas, y ni Taverner ni yo pudimos responder.
—La llevaré a mi residencia clínica y la mantendré bajo observación por un tiempo, si lo desea —dijo Taverner—. Si el cerebro falla, no podré hacer nada, pero, si es la mente la que no ha logrado desarrollarse, podría intentar curarla. Los casos de deficiencia son tan inaccesibles… es como llamar por teléfono cuando el receptor no responde. Si uno pudiera llamar su atención, se podría hacer algo; la clave del asunto radica en el establecimiento de comunicación.
Cuando se fueron, me volví hacia Taverner y dije:
—¿Qué esperanzas guarda con un caso así?
—No puedo decirte aún —respondió—. Tendré que averiguar cuáles han sido sus encarnaciones anteriores, pues los problemas congénitos se originan en una vida anterior. Después, tendré que analizar su horóscopo y ver si las condiciones son adecuadas para saldar cualquier deuda que pueda haber contraído en una vida anterior. ¿Todavía crees que soy una extraña especie de charlatán, o estás empezando a acostumbrarte a mis métodos?
—Hace mucho tiempo que dejé de sorprenderme por cualquier cosa —respondí—. Aceptaría al diablo, con sus cuernos, pezuñas y cola, si usted se ocupara de recetarle algo.
Taverner rio entre dientes.
—Con respecto a nuestro caso actual, estoy convencido de que descubriremos que es la ley de la reencarnación la que hay que considerar. Ahora respóndeme a esto, Rhodes: supongamos que la reencarnación no es un hecho, supongamos que esta vida es el principio y el fin de nuestra existencia, y que al final pasamos a las llamas o las arpas según el uso que le hayamos dado, ¿cómo explicarías la condición de Mona Cailey? ¿Qué hizo en las pocas horas entre su nacimiento y el inicio de su enfermedad para desencadenar tal juicio sobre sí misma? Y al final de su vida, ¿se podrá decir justamente que merecía el infierno, o que se ganó el Cielo?
—No lo sé —dije.
—Pero si asumimos que mi teoría es correcta, en caso de que pudiéramos recuperar el registro de su pasado podremos encontrar la causa de su condición actual, y, tras haber encontrado esa causa, quizás podamos ponerle remedio. En cualquier caso, vamos a intentarlo.
»¿Te gustaría ver cómo recupero esos registros? Uso varios métodos; a veces los obtengo hipnotizando a los pacientes o a través del estudio de los cristales, y otras veces los leo desde la mente subconsciente de la Naturaleza. Ya sabes, creemos que cada pensamiento e impulso en el mundo se registra en los Registros Akáshicos. Es como consultar una biblioteca de referencia. Voy a usar este último método en el caso actual.
Al poco rato, mediante métodos conocidos solo para él, Taverner había bloqueado todas las percepciones externas de su mente y se concentraba en la visión interna.
Confusas imágenes mentales evidentemente danzaban ante sus ojos; después de lograr enfocarlas, comenzó a describir lo que veía mientras yo tomaba notas.
Vidas egipcias y griegas fueron descartadas con unas pocas palabras; no eran lo que buscaba; simplemente estaba recorriendo las diferentes épocas, pero deduje que estábamos tratando con un alma de antiguo linaje y grandes oportunidades. Vida tras vida escuchamos el relato de un nacimiento real o de una iniciación en el sacerdocio, y sin embargo, en su vida actual, el alma de la chica estaba desconectada de toda comunicación con su cuerpo. Me pregunté qué abuso de poder había conducido a aquella sentencia de solitario confinamiento en la celda de su cuerpo.
Luego llegamos al nivel que buscábamos, y resultó ser la Italia del siglo XV.
—Hija del duque reinante… —No pude captar el nombre de su principado—. Su hermana menor era amada por Giovanni Sigmundi; ella logró ganarse el afecto del amante de su hermana, y luego, cuando un pretendiente más rico le ofreció su mano, traicionó a Sigmundi frente a sus enemigos para liberarse de sus infortunios.
»Una verdadera hija del Renacimiento —dijo Taverner cuando volvió a su conciencia normal y leyó mis notas, ya que rara vez retenía algún recuerdo de lo que ocurría durante sus estados subconscientes—. Ahora creo que podemos adivinar la causa del problema. Me pregunto si eres consciente de los procesos mentales que preceden al nacimiento. Justo antes de nacer, el alma ve una película cinematográfica (por así decirlo) de su vida futura; no todos los detalles, sino los contornos generales, que son determinados por su destino; estas cosas no puede cambiarlas, pero, según su reacción ante ellas, así serán planificadas sus vidas futuras. Así es como, aunque no podamos cambiar nuestro destino en esta vida, nuestro futuro está completamente en nuestras manos.
»Ahora que conocemos el registro, podemos adivinar qué tipo de destino es el que le espera a esta chica. Ella tiene una deuda de vida con un hombre y una mujer; el sufrimiento que causó recae sobre ella. No hay necesidad de un infierno especializado; cada alma construye el suyo.
—Pero ella no está sufriendo —dije—; simplemente está en una condición pasiva. La única que sufre es la madre.
—Ah —dijo Taverner—, ahí radica el meollo de todo el asunto. Cuando tuvo ese breve vistazo de lo que le esperaba, se rebeló contra su destino e intentó repudiar su deuda; su alma se negó a asumir la pesada carga. Fue este destello momentáneo de conocimiento el que le dio a sus ojos esa mirada extraña, impropia de una niña, que tanto sorprendió a su madre.
—¿Las personas siempre tienen este presagio? —pregunté.
—Siempre atisban ese vistazo, pero su memoria generalmente yace dormida. Sin embargo, algunas personas tienen vagas premoniciones, y el entrenamiento oculto tiende a recuperar estos recuerdos perdidos, junto con otros pertenecientes a vidas anteriores.
—Una vez descubierta la causa del problema de la señorita Cailey, ¿qué puede hacer para curarla?
—Muy poco —dijo Taverner—. Solo puedo esperar y observarla. Cuando llegue el momento adecuado para el ajuste de cuentas, los otros actores de esta vieja tragedia vendrán y reclamarán inconscientemente el pago de su deuda. Se le dará la oportunidad de restituirlos y seguir su camino libre del destino. Si no puede cumplirlo, entonces será sacada de la vida y forzada rápidamente a regresar a ella de nuevo para otro intento, pero creo (ya que fue conducida hasta mí) que le brindarán a su alma otra oportunidad para entrar en su cuerpo. Veremos.
Solía observar a menudo a Mona Cailey después de que la instalaran en la residencia de Hindhead. A pesar de su expresión impasible, su rostro tenía carácter. Los rasgos claramente definidos, la boca firme y los hermosos ojos constituían una morada adecuada para un alma extraordinaria, solo que esa alma no estaba presente.
La expectativa de Taverner era que los otros actores del drama aparecerían en escena pronto, atraídos por la proximidad de la chica hacia esas extrañas corrientes que siempre están en movimiento bajo la superficie de la vida. A medida que llegaba cada nuevo paciente, solía observar atentamente a Mona Cailey, preguntándome si el recién llegado le exigiría el pago de la antigua deuda que la mantenía atada.
La primavera se convirtió en verano y no sucedió nada. Otros casos distrajeron mi atención, y casi había olvidado a la chica y sus problemas cuando Taverner me los recordó.
—Es hora de que comencemos a observar a la señorita Caile —dijo—. He estado calculando su horóscopo, y va a tener lugar una conjunción de planetas hacia finales de mes que propiciará una oportunidad para el desarrollo de su destino, si logramos que la aproveche.
—¿Y si no lo hace?
—Entonces no tardará en irse, porque habrá fracasado en lograr el propósito de esta encarnación.
—¿Y si lo aprovecha?
—Entonces sufrirá, pero quedará libre, y pronto volverá a elevarse a las alturas que había alcanzado previamente.
—Es poco probable que pertenezca a la realeza en esta vida —dije.
—Fue algo más que realeza; era una Iniciada —respondió Taverner y, por la forma en que dijo la palabra, supe que hablaba de una realeza que no es de esta tierra.
Nuestras palabras fueron interrumpidas repentinamente por un grito que provenía de una de las habitaciones superiores. Fue un grito de terror absoluto, como el que daría un alma que hubiera mirado al caos y visto horrores prohibidos; fue el grito de un niño que ha vivido una pesadilla, solo que —y esto le agregaba una nota de horror— provenía de la garganta de un hombre.
Subimos corriendo las escaleras; no necesitamos preguntar de dónde venía ese grito, pues solo había un caso que podría haberlo proferido: un pobre hombre que sufría de shock traumático y a quien manteníamos en cama para que descansara.
Lo encontramos de pie en medio del suelo, temblando de pies a cabeza. Al vernos, corrió hacia nosotros y se arrojó en brazos de Taverner. Fue la reacción patética de un niño asustado, sin embargo, al estar ejecutada por la alta figura vestida con pijama de rayas, presenciarla resultó extraordinariamente angustiante.
Taverner lo calmó con la ternura de una madre y lo llevó de vuelta a la cama, sentándose junto a él hasta que se tranquilizó.
—No vamos a mantenerlo más tiempo en cama —dijo mi colega después de salir de la habitación—. La inactividad lo hace reflexionar, y está reviviendo escenas de las trincheras.
Por lo tanto, al día siguiente Howson apareció entre los pacientes por primera vez desde su llegada, y el cambio pareció sentarle bien. Pasó tiempo hasta que mi colega puso su mano en mi hombro una tarde, mientras dos personas cruzaban el césped rumbo a la casa.
—¿Quién está con Mona Cailey? —preguntó.
—Howson, por supuesto —respondí, sorprendido por la obviedad de tal pregunta.
—Así se llama ahora —dijo Taverner, observando de cerca a la pareja—, pero creo que hubo un tiempo en que respondía al nombre de Giovanni Sigmundi.
—¿Quiere decir…? —exclamé.
—Exactamente —dijo Taverner—. La rueda ha completado su ciclo. Pronunció el nombre de ella durante su agonía, mientras moría torturado por aquellos a quienes lo entregó con su traición. Es innecesario decir que ella no acudió a esa invocación. Ahora que él está sufriendo de nuevo, alguna extraña ley del hábito mental derivó la llamada de auxilio por esos antiguos canales, y esta vez sí ha respondido.
»Ha comenzado a pagar su deuda. Si todo va bien, podríamos contemplar cómo el alma regresa al cuerpo, y, si eso sucede, no será un alma pequeña la que lo haga.
Hasta entonces había pensado que presenciaríamos el romántico reencuentro de un par de amantes, pero pronto me percaté de que probablemente sería una tragedia, al menos para uno de ellos.
Al día siguiente, la prometida de Howson llegó para visitarlo. La llevé a la zona apartada del jardín donde él pasaba las horas, y allí presencié una pequeña tragicomedia muy conmovedora. Como de costumbre, Howson estaba junto a Mona Cailey, fumando sus interminables cigarrillos. Al ver a su prometida, se puso de pie; Mona Cailey también se levantó. En los ojos de la recién llegada había miedo y desconfianza, quizás causados por su falta de familiaridad con los casos mentales, que siempre resultan angustiantes a primera vista, pero en los ojos de nuestra paciente había una mirada que solo puedo describir como de desprecio. En ella hubo un breve destello de la astuta crueldad del italiano del siglo XV, y por eso adiviné quién era la recién llegada.
Howson, olvidando la presencia de la otra chica, avanzó ansiosamente para encontrarse con su prometida y la besó, y por un momento pensé que íbamos a presenciar uno de esos desagradables arrebatos de rencor de los cuales eran capaces nuestros pacientes, cuando, repentinamente, un cambio se apoderó de Mona Cailey y vi algo maravilloso: a un alma entrar y tomar posesión de su cuerpo.
La lucidez surgió lentamente en los ojos nublados mientras observaban la escena que se desarrollaba ante ellos. Por un momento, la situación quedó en el aire; ¿se lanzaría hacia adelante y los separaría, o se apartaría? Situado a la espalda de los despreocupados amantes, yo me preparé para intervenir, listo para interceptarla si fuera necesario. Y así esperé durante siglos, mientras el inexperto cerebro pensaba con dificultad por la falta de costumbre.
Entonces la chica se alejó lentamente. Atravesó el césped en silencio, sin que los otros dos se percataran, buscando el refugio de los arbustos como un animal herido busca cobijo, pero sus movimientos ya no eran descontrolados, sino que se movía como lo hace una mujer que ha caminado ante reyes, una mujer que ha sido herida en lo más profundo del corazón.
La seguí mientras pasaba bajo los árboles y puse mi mano en su brazo, diciéndole, instintivamente, palabras de consuelo, aunque no esperaba ninguna respuesta. Ella se volvió hacia mí con los ojos oscuros llenos de lágrimas no derramadas, iluminados por un conocimiento terrible.
—Tiene que ser así —dijo con claridad, perfectamente, las primeras palabras que había pronunciado. Retiró mi mano de su brazo y siguió sola.
Durante los días que siguieron vimos al alma entrar y salir del cuerpo. A veces teníamos ante nosotros a la tonta sin mente y otras teníamos a una de esas mujeres que han hecho historia. Salvo por su medio de comunicación, que se desarrollaba lentamente, a menudo estaba en pleno uso de sus facultades. ¡Y vaya facultades! Había leído acerca de las maravillosas mujeres del Renacimiento, y ahora podía ver una de primera mano.
Luego, en ocasiones, cuando el dolor de su situación se volvía insoportable, el alma se escapaba por un tiempo, y descansaba en algún extraño campo elisio del que no tenemos conocimiento, dejándonos nuevamente a cargo del cuerpo sin mente. Pero cada vez regresaba renovada. Con quién había hablado, qué ayuda se le había brindado, nunca lo supimos; pero cada vez enfrentaba la agonía de la reencarnación y tomaba su carga con renovado coraje y conocimiento.
La mente débil y recién despertada comprendía a Howson a fondo; podía seguir cada giro y revuelta de él, consciente y subconsciente, y, por supuesto, ella era la enfermera más perfecta que podría haber tenido. A aquella mente inundada por el pánico de la guerra nunca se le permitía revolotear entre la oscuridad exterior y el horror de la muerte. Instintivamente, ella percibía la aproximación de aquellas formas de pesadilla y, extendiendo su mano, recogía el alma errante para traerla de nuevo hacia lo seguro.
Protegida del desgaste de sus terribles tormentas, la mente de Howson comenzó a sanar. Poco a poco se acercaba el momento en que estaría en condiciones de dejar la residencia y casarse con la mujer con la que estaba comprometido, y día a día, gracias a su habilidad instintiva y a sus vigilantes cuidados, Mona Cailey aceleraba la llegada de ese momento.
He dicho que él se iría y se casaría con la mujer con la que estaba comprometido, no con la mujer a la que amaba, porque, en ese momento, si Mona Cailey hubiera optado por mover un dedo, podría haber despertado los viejos recuerdos en su conciencia y atraído a Howson hacia ella, y estoy convencido de que ella era plenamente consciente de ello. Una mujer ignorante no habría podido evitar los obstáculos con tanta habilidad como lo hizo.
La noche antes de que él se marchara, Mona recayó en su antigua condición. Hora tras hora, Taverner y yo estuvimos sentados a su lado mientras apenas parecía respirar, tan completa era la retirada del alma del cuerpo.
—Está encerrada en su propio subconsciente, moviéndose entre los recuerdos del pasado —me susurró Taverner, mientras leves contracciones recorrían el cuerpo inmóvil en la cama.
Luego hubo un cambio.
—Ah —dijo Taverner—, ¡ahora está fuera!
Lentamente, se alzó la larga mano blanca —la misma mano que yo había visto transformarse de una cosa lánguida y muerta a una mano fuerte y firme— y dio una secuencia de golpes en la pared, junto a la cama, que habrían lastimado los nudillos de una mano corriente.
—Está solicitando entrada en su Hermandad —susurró Taverner—. Dará la Palabra en cuanto los golpes sean reconocidos.
Desde algún lugar cercano al techo, se oyó repetida la secuencia de golpes, y luego Taverner puso su mano sobre la boca de la chica. A través de los dedos protectores salió algún sonido amortiguado que no pude entender.
—Ella obtendrá lo que ha ido a buscar —dijo Taverner—. Está solicitando admisión a un Alto Grado.
No tuve forma de saber lo que ocurrió durante los procedimientos de esa extraña Hermandad que se reúne fuera de los cuerpos. Sin embargo, pude ver que Taverner, con sus facultades telepáticas, podía seguir el ritual, ya que participaba en las respuestas y saludos.
A medida que la inquietante ceremonia llegaba a su fin, vimos al alma que conocíamos como Mona Cailey retirarse de la compañía de sus hermanos y, plano por plano, regresar a la conciencia normal. En su rostro había esa expresión de paz que nunca antes había visto en los vivos, y solo existía en los rostros de los muertos que iban directamente hacia la Luz.
—Ha reunido fuerzas para su prueba —dijo Taverner—, y en verdad será una prueba, porque la prometida de Howson viene para llevárselo.
—¿Será prudente permitir que la señorita Cailey esté presente? —pregunté.
—Ella debe pasar por eso —dijo Taverner—. Es mejor que fracase a perder una oportunidad.
Era un hombre que nunca dejaba a un lado a sus pacientes cuando había que resolver una cuestión del destino. Pensaba en la muerte como la mayoría de la gente piensa en emigrar; de hecho, él parecía considerarla exactamente tal cosa.
—Una vez que has recordado algún destello, por tenue que sea, de tu propio pasado, estás seguro de tu futuro; por lo tanto, dejas de temer a la vida. Supongamos que arruino un experimento hoy, limpio el desorden, me acuesto, duermo y luego, por la mañana, cuando esté descansado, empiezo de nuevo. Haces lo mismo con tus vidas una vez que estás seguro de la reencarnación. Solo el hombre que no es consciente de la inmortalidad de su alma habla de vidas arruinadas y de oportunidades perdidas que nunca volverán.
Mona Cailey, Taverner y yo estábamos en el umbral para despedirnos de Howson cuando su prometida vino a llevárselo. Él nos agradeció, con evidente emoción, lo que habíamos hecho por él, pero Taverner hizo un gesto de negación hacia la chica a su lado.
—De mí no has recibido nada más que alojamiento y comida —dijo—. Aquí tienes a tu psicólogo.
Howson tomó la mano de Mona entre las suyas. Ella permaneció absolutamente pasiva, pero no con su habitual inercia lánguida; era la inmovilidad de una tensión extrema.
—Pobre Mona —dijo—. Estás mucho mejor que antes. Sigue mejorando, y algún día podrías ser una chica de verdad y pasarlo bien. —Y la besó suavemente, como se besaría a un niño.
No puedo decir qué recuerdos despertó ese beso, pero vi cómo le cambiaba el color y cómo la miraba con atención. Si un destello de respuesta hubiera iluminado esos ojos oscuros, el viejo amor habría vuelto, pero no hubo cambio en el semblante enmascarado de la mujer que estaba pagando su deuda. Él se estremeció. Tal vez algún aliento frío de la mazmorra de los torturadores lo rozó. Se subió al coche junto a la mujer con la que iba a casarse, y se alejaron.
—¿Cómo será ese matrimonio? —pregunté mientras los sonidos del coche se desvanecían en la distancia.
—Como muchos otros en los que solo se emparejan las emociones. Estarán enamorados durante un año, luego vendrá el desencanto y, después de que hayan superado la crisis, manteniéndose unidos por la presión de la opinión social, se acomodarán en la tolerancia mutua que se confunde con un matrimonio exitoso. Pero, cuando le toque morir, recordará a Mona Cailey y la llamará, y al cruzar el umbral ella lo reclamará, pues la deuda estará restituida, y el camino estará despejado.