Cabeza de pescado

Resulta complejo para mi pluma el intentar describirte Reelfoot Lake de tal manera que, al leer esto, se forme en tu mente la imagen tal y como aparece en la mía. Porque Reelfoot Lake no se parece a ningún otro lago del que yo tenga conocimiento. Es una ocurrencia tardía de la Creación.

El resto de este continente se creó y se secó al sol durante miles de años, tal vez millones de años, antes de que Reelfoot llegara a existir. Es probablemente la cosa más nueva y grande de la naturaleza en este hemisferio, ya que se formó debido al gran terremoto de 1811, hace poco más de cien años. Ese terremoto de 1811 ciertamente alteró la faz de la tierra en la entonces lejana frontera de este país: cambió el curso de los ríos, convirtió colinas en lo que ahora son las tierras hundidas de tres estados y transformó la tierra sólida en gelatina, haciéndola ondular como el mar. Y en medio de los retortijones de la tierra y el vómito de las aguas, hundió a diferentes profundidades una sección de la corteza terrestre de cien kilómetros de largo, llevándose consigo árboles, colinas, depresiones y todo; y una grieta se abrió hasta el río Mississippi, de manera que durante tres días el río fluyó hacia arriba, llenando el agujero. 

El resultado fue el lago más grande al sur del río Ohio, situado principalmente en Tennessee, pero extendiéndose hacia la línea que ahora es de Kentucky, y tomando su nombre por una supuesta similitud en su contorno con el pie extendido y torcido de un negro en un campo de maíz. El pantano de Niggerwool, no muy lejos de allí, tal vez haya obtenido su nombre del mismo hombre que bautizó a Reelfoot; o al menos así suena. 

Reelfoot es, y siempre ha sido, un lago misterioso. En algunos lugares, es insondable. En otros lugares, los esqueletos de los cipreses que se sumergieron cuando la tierra se hundió todavía se mantienen en posición vertical, de manera que, si el sol brilla desde el ángulo adecuado, y el agua está menos turbia de lo normal, un hombre que mire hacia las profundidades puede ver —o al menos creer que lo hace— las ramas superiores, que se extienden desnudas como los dedos de hombres ahogados, todas cubiertas por el lodo de los años y vendadas con penachos viscosos del lago verde. En otros lugares, el lago es poco profundo durante largos tramos, no más profundo que el pecho de un hombre, pero peligroso debido a la altura de las algas y los bancos hundidos que enredan las extremidades de un nadador. Sus orillas son principalmente de barro, y sus aguas también están turbias, de manera que adquieren un rico color café en primavera y un amarillo cobrizo en verano, y, después de las inundaciones de primavera, los árboles a lo largo de su costa son de color barro hasta las ramas inferiores, a causa del sedimento seco que cubre sus troncos con una espesa capa de apariencia escrofulosa. 

Los bosques se extienden ininterrumpidos a su alrededor, con franjas donde las rodillas de los cipreses se alzan como lápidas para los troncos muertos que se pudren en el blando fango. Hay claros en los que crece el maíz de las tierras bajas, alto y frondoso, y los árboles desprovistos de hojas y ramas, decolorados por el fuego, se elevan por encima. Hay largas y tristes llanuras donde en primavera los coágulos de huevas de rana se adhieren como parches de moco blanco entre los tallos de las algas, y por la noche, las tortugas salen para dejar en la arena sus racimos de huevos perfectamente redondos, blancos y con cáscaras resistentes. Hay brazos de río que no llevan a ninguna parte, y zanjas que serpentean sin rumbo, como grandes lombrices ciegas, para unirse finalmente al gran río que conduce sus torrentes semilíquidos a unas pocas millas hacia el oeste. 

Así que Reelfoot yace allí, plano en las tierras bajas, helándose ligeramente en invierno, calentándose tórridamente en verano, hinchándose en primavera cuando los bosques se han vuelto de un verde vivo y los tábanos por millones y millones llenan las hondonadas inundadas con su zumbido pestilente, y en otoño está rodeado gloriosamente con todos los colores que trae la primera helada: el dorado del nogal, el amarillo rupestre del sicómoro, el rojo del cornejo y el fresno y el púrpura-negro del liquidámbar. 

Pero la región de Reelfoot tiene sus usos. Es la mejor zona que queda en el sur en la actualidad para la caza y la pesca, natural o artificial. En sus temporadas designadas, los patos y los gansos acuden en bandadas, e incluso aves semitropicales como el pelícano pardo y el cormorán de Florida son conocidas por venir a anidar allí. Los cerdos, que han vuelto a la vida salvaje, deambulan por las colinas, cada manada capitaneada por un viejo jabalí flaco, feroz y de costados huesudos. Durante la noche, las ranas toro, inconcebiblemente grandes y tremendamente vocales, braman bajo las orillas. 

Es un lugar maravilloso para pescar: lubinas, crappies, percas y el pez búfalo de hocico largo. Es asombroso cómo estas especies comestibles sobreviven para reproducirse y cómo su descendencia también sobrevive para reproducirse nuevamente, considerando cuántos peces caníbales hay en Reelfoot. Aquí, más que en ningún otro lugar, se encuentran los peces caimán, todo huesos, apetito y placas córneas, con un hocico como el de un cocodrilo, el eslabón más cercano, según los naturalistas, entre la vida animal de hoy y la vida animal del Período Reptiliano. El gato de pala —en realidad una especie deformada de esturión de agua dulce, con una gran placa membranosa en forma de abanico que sobresale de su nariz como un bauprés— salta durante todo el día en los lugares tranquilos con fuertes salpicaduras, como si un caballo hubiera caído al agua. En cada tronco varado, las enormes tortugas caguama se tumban en días soleados en grupos de cuatro y seis, asando sus caparazones bajo el sol hasta ponerlos negros, con sus pequeñas cabezas de aspecto serpenteante alzadas en vigilancia, listas para deslizarse sin hacer ruido al primer sonido de los remos rechinando en los remaches. 

Pero los más grandes de todos son los peces gato. Estas criaturas son monstruosas, los peces gato de Reelfoot: sin escamas, resbaladizos, con ojos muertos y venenosas aletas como jabalinas, y largos bigotes que cuelgan de los costados de sus cabezas cavernosas. Llegan a crecer hasta los dos metros de largo, y a pesar más de noventa kilos, y tienen bocas lo suficientemente anchas como para tragarse el pie o el puño de un hombre, y lo suficientemente fuertes como para romper cualquier anzuelo, salvo el más fuerte, y lo suficientemente ávidas como para comer cualquier cosa, viva o muerta o podrida, que las mandíbulas córneas puedan dominar. Oh, son criaturas malvadas, y cuentan malvados cuentos sobre ellas allí abajo. Las llaman devoradoras de hombres y las comparan, en algunos de sus hábitos, con los tiburones. 

Cabeza de pescado era parte de este escenario. Encajaba en él como una bellota en su cáscara. Toda su vida había vivido en Reelfoot, siempre en el mismo lugar, en la desembocadura de cierto estero. Había nacido allí de un padre negro y una madre india mestiza, ambos ya muertos, y la historia que se contaba decía que, antes de su nacimiento, su madre fue asustada por uno de esos grandes peces, de modo que el niño vino al mundo de manera espantosamente marcada. De todos modos, Cabeza de pescado era una monstruosidad humana, la encarnación misma de una pesadilla. Tenía el cuerpo de un hombre, un cuerpo corto, robusto y musculoso, pero su rostro se parecía al de un gran pez todo lo que un rostro se podía parecer, y aun así conservaba algún lejano vestigio de aspecto humano. Su cráneo se inclinaba tan abruptamente hacia atrás que apenas se podía decir que tenía frente; su barbilla se deslizaba hacia la nada. Sus ojos eran pequeños y redondos, con pupilas poco profundas, vidriosas y de color amarillo pálido, y estaban ampliamente separados en su cabeza, fijos e inmóviles, como los ojos de un pez. Su nariz no era más que un par de diminutas hendiduras en el centro de la máscara amarilla. Pero lo peor de todo era su boca. Era la boca horrible de un pez gato, sin labios y casi inconcebiblemente ancha, pues se extendía de lado a lado. Además, cuando Cabeza de pescado se convirtió en un hombre adulto, su semejanza con un pez aumentó, porque el pelo de su rostro crecía en dos mechones delgados, apretados y rizados, que caían a ambos lados de su boca como las barbas de un pez. 

Si tenía algún otro nombre que no fuera Cabeza de pescado, nadie, excepto él, lo sabía. Como Cabeza de pescado era conocido y como Cabeza de pescado respondía. Debido a que conocía las aguas y los bosques de Reelfoot mejor que cualquier otro hombre de allí, los hombres de la ciudad que venían cada año a cazar o pescar le tenían en gran estima como guía; pero había pocos trabajos de ese tipo que Cabeza de pescado aceptara. Principalmente se mantenía cuidando su parcela de maíz, pescando en el lago, cazando un poco y, en temporada, haciéndolo furtivamente para los mercados de la ciudad. Sus vecinos, tanto los blancos afectados por el paludismo como los negros inmunes a él, lo dejaban en paz. De hecho, a la gran mayoría le inspiraba un miedo supersticioso. Así que vivía solo, sin parientes ni amigos, evitando a su gente y siendo evitado por ellos. 

Su cabaña estaba justo debajo de la línea estatal, donde Mud Slough desemboca en el lago. Era una choza de troncos, la única morada humana en seis kilómetros a la redonda. A su espalda, el denso bosque llegaba hasta el borde de la pequeña parcela donde cultivaba Cabeza de pescado, envolviéndola en una sombra espesa excepto cuando el sol estaba justo encima. Cocinaba su comida de manera primitiva, al aire libre, sobre un agujero en la tierra pantanosa o sobre los restos oxidados y rojos de una vieja estufa de cocina, y bebía el agua azafranada del lago en un cucharón hecho de una calabaza, apañándoselas por sí mismo, hábil con la barca y la red, competente con el fusil para cazar patos y la lanza de pesca, pero siendo una criatura de aflicción y soledad, parte salvaje, casi anfibia, apartado de sus semejantes, silencioso y desconfiado. 

Frente a su cabaña se alzaba un tronco de álamo caído, que sobresalía medio dentro y medio fuera del agua; su lado superior quemado por el sol y desgastado por la fricción de los pies descalzos de Cabeza de pescado, hasta mostrar innumerables patrones de pequeñas líneas entrelazadas; su lado inferior negro y podrido, y constantemente lamido sin cesar por pequeñas olas. Su extremo más lejano alcanzaba aguas profundas. Y ese tronco era parte de Cabeza de pescado, porque no importaba cuánto tiempo estuviera pescando y cazando durante el día, el atardecer siempre lo encontraba allí, su barca arrastrada hasta la orilla y él en el extremo de ese tronco. Desde la distancia, los hombres lo habían visto así muchas veces, en ocasiones agachado, inmóvil como las grandes tortugas que treparían por su punta sumergida durante su ausencia, a veces erguido y vigilante como una grulla de arroyo, su deformada figura amarilla destacándose contra el sol amarillo, el agua amarilla, las orillas amarillas, todo amarillo. 

Si los habitantes de Reelfoot evitaban a Cabeza de pescado durante el día, durante la noche lo temían y se alejaban como a una plaga, estremeciéndose incluso ante la posibilidad de un encuentro casual. Porque había historias desagradables sobre Cabeza de pescado, historias que todos los negros y algunos de los blancos creían. Decían que un grito que se escuchaba justo antes del anochecer, y también justo después, un grito que cruzaba velozmente las aguas oscuras, era su llamada a los grandes peces gato, y que ante eso acudían en tropel, y que en su compañía nadaba en el lago en las noches de luna, jugando con ellos, buceando con ellos, incluso alimentándose con ellos de cualesquiera que sean las cosas impuras de las que se alimentan. El grito se había escuchado muchas veces, eso era seguro, y también era seguro que los peces grandes eran notablemente abundantes en la desembocadura del estero de Cabeza de pescado. Ningún nativo de Reelfoot, blanco o negro, metería voluntariamente una pierna o un brazo allí. 

En ese sitio había vivido Cabeza de pescado, y en ese sitio iba a morir. Los Baxters iban a matarlo, y este día a mediados del verano sería el momento. Los dos Baxters, Jake y Joel, habían venido en su canoa para hacerlo. Este asesinato llevaba mucho tiempo en preparación. Los Baxters tuvieron que alimentar su odio a fuego lento durante meses antes de llegar a la acción. Eran blancos pobres, pobres en todo: reputación, bienes materiales y posición social. Eran un par de usurpadores afectados por la fiebre, que vivían del whisky y el tabaco cuando podían conseguirlo, y de pescado y pan de maíz cuando no podían. 

La enemistad en sí contaba con varios meses de existencia. Un día de primavera, al encontrarse con Cabeza de pescado en el endeble andamio del muelle de barcas de Walnut Log, los hermanos embriagados y vanidosos por un falso y alcohólico sustituto del coraje, lo acusaron sin motivo alguno de haber cogido su línea de pesca y haberles despojado de los peces que habían picado, un pecado imperdonable entre los habitantes de los pantanos y los pobres en el sur. Viendo que él soportaba esta acusación en silencio, solo mirándolos fijamente, se sintieron lo suficientemente audaces como para abofetearlo, momento en el cual él se revolvió y les propinó la paliza de sus vidas, ensangrentándoles las narices y magullándoles los labios con fuertes golpes y, finalmente, dejándolos malheridos y tendidos en el suelo. Además, para los espectadores, el sentido de la eterna justicia había triunfado sobre los prejuicios raciales, y había provocado que ellos, dos blancos soberanos y de nacimiento libre, fuesen derrotados por un mestizo. 

Por lo tanto, iban a vengarse de él. Todo había sido ampliamente planeado. Iban a matarlo en su tronco, al atardecer. No habría testigos que lo vieran, ni represalias que lo siguieran. La facilidad misma de la empresa hizo que olvidaran incluso su miedo innato al lugar donde vivía Cabeza de pescado. 

Durante más de una hora habían estado navegando desde su cabaña a través de un brazo del lago. Su canoa, sacada del tronco de un árbol de liquidámbar mediante el fuego, el hacha y el cepillo de desbastar, se deslizaba por el agua sin hacer ruido, dejando detrás de sí una larga estela ondulada en las aguas tranquilas. Jake, el mejor remero, se sentaba en la popa de la embarcación de fondo redondo, remando con golpes rápidos y silenciosos. Joel, el mejor tirador, estaba agachado en la proa. Llevaba un pesado y oxidado fusil para cazar patos entre sus rodillas. 

Aunque al haber espiado a la víctima estaban seguros de que no estaría cerca de la orilla durante horas, un doble sentido de cautela los llevó a mantenerse cerca de los bancos llenos de maleza. Se deslizaron a lo largo de la orilla como sombras, moviéndose tan rápidamente y en silencio que las atentas tortugas apenas giraron sus cabezas serpentinas al verlos pasar. Así, una hora completa antes de tiempo, rodearon la desembocadura del estero y se dirigieron a la natural emboscada que el propio mestizo había dejado a tiro de piedra de su cabaña, creando su propia perdición. 

Donde el flujo del estero se unía con aguas más profundas, un árbol parcialmente arrancado se extendía, tendido desde la orilla y con la parte superior aún gruesa y verde con hojas, extrayendo nutrientes de la tierra donde las raíces medio expuestas aún se aferraban, y enredado con una exuberancia de hiedras y uvas silvestres. Alrededor había un montón de restos: cañas de maíz del año pasado, tiras deshilachadas de corteza, trozos de hierba podrida, toda la basura y los escombros de un remanso tranquilo. La canoa se deslizó directamente hacia este montón verde y se detuvo, de costado, contra el tronco protector del árbol, oculta desde el lado interno por las cortinas de exuberante crecimiento, tal y como los Baxters habían planeado cuando, días antes, en su reconocimiento, marcaron ese lugar oculto como punto de espera y lo incluyeron en sus planes. 

No hubo ningún contratiempo ni percance. Nadie estaba allí en esa tarde para observar sus movimientos y, en poco tiempo, llegaría Cabeza de pescado. La vista de leñador de Jake siguió el descenso del sol especulativamente. Las sombras, proyectadas hacia la orilla, se alargaron y se deslizaron sobre las suaves olas. Los pequeños ruidos del día desaparecieron; los pequeños ruidos de la noche que se avecinaba empezaron a multiplicarse. Las moscas de cuerpo verde se fueron y los mosquitos grandes, con patas grises moteadas, ocuparon su lugar. El lago adormilado lamía los bancos de barro con pequeños sonidos de succión, como si encontrara agradable el sabor de la tierra cruda. Una langosta de río monstruosa, del tamaño de una langosta de mar, salió del orificio superior de su chimenea de barro seco y se posó allí, un centinela blindado en la torre de vigilancia. Los murciélagos comenzaron a revolotear arriba y abajo por encima de las copas de los árboles. Una musaraña regordeta, nadando con la cabeza levantada, se apresuró a moverse cuando se encontró con una serpiente de agua mocasín, tan gorda e hinchada de veneno estival que parecía casi un lagarto sin patas mientras se movía sobre la superficie del agua en una serie de lentas y torpes eses. Directamente sobre la cabeza de los dos pacientes asesinos flotaba un compacto enjambre de mosquitos, formando una especie de cometa. 

Pasó un poco más de tiempo y Cabeza de pescado salió del bosque, caminando rápidamente, con un saco sobre su hombro. Durante unos segundos, sus deformidades se vieron en el claro, y luego el interior oscuro de la cabaña se lo tragó. Ahora el sol casi se había puesto. Solo se veía el nudo rojo por encima de la línea de los árboles al otro lado del lago, y las sombras se extendían tierra adentro por un largo trecho. Más allá, los grandes gatos se estaban moviendo, y los fuertes sonidos de sus cuerpos retorcidos saltando y cayendo en el agua se escuchaban en coro desde la orilla. 

Pero los dos hermanos, ocultos en su verde escondite, no prestaron atención a nada más que a la única cosa en la que sus corazones pensaban, y sus nervios se tensaron. Joel empujó suavemente los cañones de la escopeta sobre el tronco, acurrucando el culata en su hombro y deslizando dos dedos para acariciar los gatillos de un lado a otro. Jake mantenía la estrecha canoa estable, agarrando un zarcillo de uva silvestre. 

Una breve espera y luego llegó el final. Cabeza de pescado salió por la puerta de la cabaña y bajó por el estrecho sendero hasta el agua, para luego saltar sobre su tronco. Estaba descalzo y sin sombrero, su camisa de algodón abierta por delante mostraba su cuello y pecho amarillos, sus pantalones vaqueros sujetos a la cintura con una cuerda retorcida. Sus pies anchos y separados, con los dedos prensiles extendidos, se agarraban a la curva pulida del tronco mientras avanzaba por su superficie oscilante y sumergida hasta llegar al extremo exterior, y se detuvo allí, erguido, su pecho inflado, su rostro sin mentón levantado, y un gesto de dominio y supremacía en su postura. Y entonces su vista captó lo que los ojos de otro podrían haber pasado por alto: los extremos redondos y gemelos de los cañones de la escopeta, los destellos fijos de los ojos de Joel apuntándole a través del enrejado verde. 

En ese rápido lapso de tiempo, tan rápido que casi no puede medirse en segundos, la comprensión lo atravesó por completo, levantó aún más la cabeza, abrió ampliamente su boca sin forma y, a través del lago, envió su grito, ondulando por encima de las aguas. Y en su grito se oía la risa de un somormujo, y el croar de una rana, y el aullido de un perro, todos los ruidos nocturnos del lago. Y también había una despedida y un desafío y un ruego. El estruendo pesado de la escopeta resonó. 

A veinte metros, la doble carga le destrozó la garganta. Cayó hacia adelante, boca abajo, sobre el tronco, y se aferró allí, su torso retorcido, sus piernas temblando y dando patadas como una rana atrapada, sus hombros encorvándose y levantándose espasmódicamente mientras la vida se escapaba de él en un flujo rápido y continuo. Su cabeza se inclinó entre los hombros convulsos, sus ojos miraron fijamente el rostro atónito de su asesino, y luego la sangre salió de su boca, y Cabeza de pescado, aún en la muerte tan pez como hombre, se deslizó de cabeza desde el extremo del tronco y se hundió lentamente, con el rostro hacia abajo y todos sus miembros extendidos. Una tras otra, empezaron a emerger grandes burbujas, estallando en medio de una mancha rojiza que se expandía en el agua de color café. 

Los hermanos observaban la escena, presos por el horror de lo que habían hecho, mientras la inestable canoa, inclinada por el retroceso de la escopeta, se llenaba de agua constantemente a través de sus bordes; de repente, algo golpeó su fondo tambaleante desde abajo y la hizo volcar, y ellos cayeron al lago. La orilla estaba a solo seis metros de distancia, el tronco del árbol arrancado apenas a dos. Joel, aún aferrado a su escopeta caliente, se dirigió hacia el tronco, alcanzándolo con una sola brazada. Alzó su brazo libre sobre él y se aferró allí, tratando de mantenerse a flote mientras se frotaba los ojos. Algo lo agarró; algo grande, musculoso e invisible, algo que lo agarró fuertemente por el muslo, aplastando su carne. 

No emitió ningún grito, pero sus ojos sobresalieron y su boca se contrajo con una cuadrada mueca de agonía, y sus dedos se agarraron a la corteza del árbol como garfios. Fue arrastrado hacia abajo con tirones constantes, no de forma veloz, pero sí constante, muy constante, y, a medida que descendía, sus uñas trazaron cuatro pequeñas franjas blancas en la corteza del árbol. Su boca se sumergió, luego sus ojos saltones, luego su cabello erizado y finalmente su mano, que arañaba y agarraba, y de este modo fue su fin. 

La suerte de Jake fue aún más dura, ya que vivió más tiempo, lo suficiente como para presenciar el final de Joel. Lo vio a través del agua que corría por su rostro, y con un gran impulso de todo su cuerpo se lanzó literalmente sobre el tronco, levantando sus piernas hacia arriba en el aire para salvarlas. Sin embargo, se lanzó demasiado lejos, ya que su rostro y pecho golpearon el agua del lado opuesto. Y de esta agua se levantó la cabeza de un gran pez, con la babaza de años en el lago sobre su cabeza plana y negra, sus bigotes erizados, sus ojos cadavéricos brillando. Sus mandíbulas coriáceas se cerraron y engancharon la parte delantera de la camisa de franela de Jake. Su mano lo golpeó salvajemente y acabó empalada en una aleta venenosa, y a diferencia de Joel, desapareció de la vista con un gran grito y un torbellino y un agitar frenético del agua que hizo que las cañas de maíz giraran en los bordes de un pequeño remolino. 

Pero el remolino pronto se disipó en anillos ondulantes, y las cañas de maíz dejaron de girar y volvieron a quedar quietas, y solo los multiplicados ruidos nocturnos resonaron alrededor de la desembocadura de la ciénaga. 

* * * * *

Los cuerpos de los tres llegaron a la orilla el mismo día, cerca del mismo lugar. Excepto por la herida abierta de bala en la zona en la que el cuello se juntaba con el pecho, el cuerpo de Cabeza de pescado no presentaba ningún tipo de marca. Pero los cuerpos de los dos Baxters estaban tan maltratados y desfigurados que la gente de Reelfoot tuvo que enterrarlos juntos en la orilla, sin llegar nunca a distinguir cuál era el de Jake y cuál el de Joel. 

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